LAS MUJERES DE LA ISLA

8.3.09


Hoy quiero dedicarles el post a las mujeres de la Isla, porque creo que es justo reivindicar sus nombres, porque hablar de la mujer isleña es hacer una historia más justa.
Si es cierto que al principio, de los miles de personas que venían a la Isla, la mayoría eran hombres, no es menos cierto que las pocas mujeres que hicieron de la Isla su hogar a principios de los 40, eran y serán verdaderas heroínas.
En un mundo de hombres, en una tierra que como pago devolvía paludismo, en un lugar donde sobrevivir era ganar cada día una batalla, donde ver la amanecía se pagaba con noches de dolores, donde parir te situaba más cerca de la muerte que de la vida, en ese mundo se yergue orgullosa la MUJER ISLEÑA, verdaderas hacedoras del milagro arrocero.
Mimbres y cañaverales marismeñas, mil veces dobladas por la lluvia y el viento, mil veces quemadas por el irrespetuoso sol, y mil veces levantadas, renacidas y rebrotadas de estas tierras salobres para volver a empezar.
Hablar de las mujeres de la Isla es hablar de manos delicadas para amamantar, guisar y coser, lavar con agua del canal, curar los cortes de los charrascos, de ordeñar cabras y vacas, de recoger huevos de patos y gallinas, de manos delicadas que ayudaban a sus maridos a contar los céntimos y las perras gordas, es hablar de enseñar a leer y escribir. Pero también es hablar de brazos y piernas fuertes para plantar y segar en infinitos barrizales.
Rememorar su semblanza es también recordad su soledad. Esa soledad a la que conduce la nostalgia cuanto todo tu mundo se ha quedado detrás. Esa soledad que da el contemplar una marisma desierta en el que ellas tenían que construir un hogar, y también de esa soledad de guardiana de los hijos y de la choza mientra las tabernas mitigaban la soledad, cerraban las heridas del alma y daba a sus hombres un olvidar para volver a continuar.
Y cuando el carburo se hacía presenta en las chozas y barracones, cuando todos dormían, ellas cosían, lavaban, asentaban la tierra del suelo y, con un trocito de tocino y un puñao de arroz, pelado la mayoría de las veces por ellas mismas, guisaban con boñigas de vaca el rancho del día siguiente.
Y volvía a salir el sol, y entre piquete y piquete les daban la teta a sus hijos, y entre garba y garba segada, otra toma más. Erguidas, enseñando al mundo tan sólo sus ojos, envueltas en sayas, camisas, pantalones pañuelos, recogidas debajo de un sombrero de paja, volvían a hundir sus pies y sus manos en una tierra que poco a poco se iba entregando a la constancia de estas mujeres.
Basta mirar las caras al montarse en un autobús para irse de viaje, basta mirar sus caras cuando hacen teatro, basta mirar sus caras cuando van al centro de adultos, cuando escriben poesías o simplemente cuando te acercas a su sillón para decirle ¡Hasta la semana que viene Amelia! Para comprender que todo aquel sufrimiento ha merecido la pena.
En esos momentos yo me siento pequeña, muy pequeñita, ante la grandeza y el coraje de tantas y tantas mujeres isleñas que hicieron posible este milagro.
Sólo espero poder envejecer para lucir en el rostro ese orgullo isleño que lucen ellas. Sólo espero poder transmitirles a mis hijas que ellas pertenecen a una casta, la de las mujeres isleñas, que lo lleven con orgullo y que defiendan siempre esa herencia de lucha genética que nos legaron nuestras bisabuelas, abuelas y madres.
Y si me lo permitís, valga de homenaje a mi madre, pero también a todas las Amelias, Pilares, Amparines, Carmenes, Anas, Catalinas, Juanas, Franciscas, Vicentas, Virtudes, Dolores, Antonias, Pepas, Agustinas, Isabeles…..

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues vamos a acompañar ese homenaje con este precioso poema de una escritora nicaraguense llamada, Gioconda Belli.
Y DIOS ME HIZO MUJER

Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos, nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.

Unknown dijo...

En la foto Agustina esta en el centró es mi madre con el cubo de agua hasta maquiqui

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